martes, 25 de marzo de 2014

La obsesión por escribir: Jeremías Gamboa y "Contarlo todo"

En una entrevista aparecida en el suplemento de literatura del diario argentino Clarín, Jeremías Gamboa hacía alusión a la diferencia que en la literatura americana en lengua inglesa existía entre “writing” y “typing”. El segundo gerundio se referiría a las obras en las que la forma deja espacio al fondo, aquellas obras en las que existe una imperiosa necesidad de contar. Gamboa se declaraba seguidor del “typing” y citaba ejemplos canónicos de esta vertiente de la literatura, obras como En el camino de Jack Kerouac, por ejemplo. Le tendremos que dar la razón. En Contarlo todo ya desde el mismo título Gamboa se sitúa como un narrador que lo que pretende es “contar” más que “escribir”, dar rienda a un relato sin pararse en consideraciones estéticas, minucias de estilo que no pueden frenar la avasalladora potencia de la voz narrante.
Contarlo todo ha venido precedida de un aura casi legendaria: la novela, se decía en los mentideros literarios hispanoamericanos, que había despertado una expectación que no se recordaba desde la aparición de Los detectives salvajes, del ya santificado Roberto Bolaño. Empezaron a arreciar las comparaciones en la crítica, siempre deseosa de revivir los fastos perdidos del “boom” y de encontrar a un nuevo Mario Vargas Llosa. El mismo autor de Conversación en la catedral (que por cierto, escribe en la faja del libro acerca de Gamboa “un escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”) recomendó la novela a la agente Carmen Balcells y a partir de entonces las campanillas del retorno del “boom” se hicieron si cabe más insistentes.

Cuando contarlo todo es igual a no contar nada
La primera impresión que recibe el lector es la magnitud del esfuerzo de Gamboa, puesto que Contarlo todo es un novelón de 500 páginas de letra apretada. Dividida en cuatro partes, narra los intentos de un joven de la periferia limeña, Gabriel Lisboa (nótese la semejanza fonética con el nombre real del autor), por hacerse un nombre como escritor en el ambiente periodístico y literario limeño. Hasta aquí todo claro, estamos frente a una novela de formación, un Bildungsroman que nos muestra las dificultades que tal empeño conlleva. Entre medias, Gamboa/Lisboa nos deleita con una serie de episodios acerca de sus escarceos en el periodismo (para mí la parte más sustanciosa y que se lee mejor, con una serie de personajes muy logrados como Saúl Vegas, el redactor jefe de la revista “Proceso” para la que Lisboa realiza unas prácticas de verano), su entusiasmo y decepción de los talleres literarios universitarios en los que participa (muy en la onda del diario de García Madero en los ya mencionados Detectives salvajes pero mucho más repetitivo y lleno de lugares comunes, tantos y tan ñoños que en ocasiones tuve la tentación de cerrar el libro y dar por concluida la lectura)  y luego el punto fuerte, la relación amorosa de Lisboa con Fernanda, una chica que pertenece a la burguesía de la ciudad (para que haya un poco de emoción dejo para el lector el descubrimiento del modo en el que Lisboa pierde la virginidad).

El desaliño de Gamboa/Lisboa

Por Internet circulan recuentos de las fallas y del descuido que la prosa de Gamboa ofrece (en algún blog se llega incluso a contarlos: la cuenta sale a casi un desaguisado por página). Es un defecto, en mi opinión. Una novela de largo aliento como “Contarlo todo” no puede prescindir del estilo, puede prescindir del virtuosismo, eso está claro, pero no de la corrección literaria, del cuidado del lenguaje y de la mínima sintaxis novelística. La impresión que deja la novela muchas veces es la de encontrarnos frente a un aspirante a escritor, alguien que está intentando sacar adelante la novela pero que en ocasiones no alcanza a poseer los recursos necesarios. Jeremías Gamboa quiere contar (todo), y bien venga, pero en demasiadas ocasiones redacta.

miércoles, 26 de febrero de 2014

La autorreferencialidad dijo basta

Comencé con entusiasmo Zuckerman encadenado pero luego me cansé: Philip Roth jugando a ser Philip Roth. Philip Roth que abusa de su personaje y álter ego Nathan Zuckerman (proezas sexuales, vanidad literaria, vida de escritor). Roth que cansa con su reiteración del universo judío y pequeño burgués de su Newark natal.


El libro se compone de tres novelas breves (La visita al maestro, Zuckerman encadenado y La lección de anatomía) tres novelle que van de más a menos en cuanto a divertimento y en las que destaca uso magistral de la prosa (la linealidad de la prosa Roth y su maestría en las descripciones es necesario reconocerla) y los diálogos (eso sí, en la tradición de la ironía hebrea) pero que enlazadas en un único volumen agotan al lector más paciente. La última novelita tuve que dejarla por aburrimiento generalizado.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Stoner: una rutina apasionante

“William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Missouri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. ”

Éste es el centelleante comienzo de una las mejores novelas que he leído en los últimos años. Publicada en Estados Unidos por vez primera en 1965 y luego olvidada entre la producción del autor, tuvo que esperar casi medio siglo para poder ser recuperada y disfrutar, por fin, de cierto éxito; sobre todo en Europa.

Estamos ante una de las maravillas de la provincia americana, casi como el paisaje otoñal de colores ocres que inunda los bosques en otoño o la especial quietud de las montañas cubiertas de nieve; porque Stoner es más que una simple novela, es una epopeya de la cotidianidad de la clase media en el Midwest. Por supuesto que no es la gran novela americana ni tampoco aspira a serlo: es una novela americana y basta con eso. William Stoner es un profesor gris de la universidad de Columbia en el Missouri; un hombre de mirada ausente y hombros caídos, que nace en una humilde familia campesina y parece destinado a repetir el sacrificado trabajo de sus padres. Sin embargo, en Stoner se revelan -casi de improviso- unas capacidades para la docencia universitaria que le alejan (aunque sea únicamente cuarenta millas) de su localidad natal, Booneville y del futuro que le esperaba.

Williams cumple un milagro, hacer que el lector se interese por una vida plana y monótona, por una biografía anodina y miserable. A través de una estructura lineal y progresiva (no se recurre ni tan siquiera al recurso del flash back), de una escritura clara y ordenada que en ocasiones alcanza cotas de un lirismo contenido, asistimos al desarrollo vital de William Stoner, a la tristeza de una existencia condenada a la mediocridad: su difícil ambiente familiar (una mujer que le hace la vida imposible, una hija ausente), sus relaciones y tensiones con los demás colegas del departamento universitario, un enternecedor escarceo amoroso, sus clases...


Un material literario que en un primer momento puede alejar al lector, temeroso de sumergirse en una aburrida cotidianidad, pero que se revelará de una hondura y de una sensibilidad superlativas (en 1963 Williams comentaba en una carta a su editor que una compañera de la universidad le ayudó a pasar el manuscrito a máquina y que cuando un día acudió a visitarla para ver los progresos del trabajo, se la encontró llorando por la emoción: “estaba terminando de escribir el capítulo 15. Grandes lágrimas le caían por las mejillas”). Stoner es la novela de todos nosotros, la historia de la intimidad doméstica, de sus dramas y de sus tragedias.

martes, 28 de enero de 2014

Saliendo de la estación de Atocha, ¿bluff o masterpiece?

Denostada por unos (http://lamedicinadetongoy.blogspot.it/2013/03/saliendo-de-la-estacion-de-atocha-de.html)  y alabada por otros (http://lectormalherido.wordpress.com/2013/03/04/1781/), Saliendo de la estación de Atocha, se convirtió en uno de los libros más importantes de la temporada literaria del año pasado en España (después de despertar una inusitada admiración en el mundo anglosajón, tanto es así que Jonathan Franzen lo eligió entre las novelas mejores del 2011 en el periódico inglés The Guardian http://www.theguardian.com/books/2011/nov/25/books-of-the-year). Editada en nuestro país por Mondadori en enero de 2013, el libro de Ben Lerner narra la experiencia en España de Adam Gordon, joven norteamericano que llega a Madrid en el otoño de 2010 gracias a una beca que le permitirá elaborar un “proyecto poético” y al mismo tiempo estudiar la poesía española de la Guerra Civil. Durante poco más de doscientas páginas asistimos a las correrías hispanas de Adam, sus amores, su descubrimiento de las peculiaridades madrileñas y sus viajes por el resto de la península.
¿Qué tiene de especial entonces esta novela? ¿Por qué toda esa expectación entre los escritores norteamericanos? Para mí lo crucial en esta novela es la mirada, la discreta superficialidad con la que el autor encara la descripción de la realidad y de los acontecimientos remite a un modo de observar España muy recurrente entre los jóvenes que transcurren algún periódico en Madrid o Barcelona. Lerner (que debutó, no lo olvidemos, como poeta) ha sabido, al menos eso, transcribir literariamente la percepción de un americano que realiza uno de sus sueños recurrentes: visitar Europa.
Sin embargo la novela tiene evidentes limitaciones. La concluí con la sensación de que el autor no hubiese sido capaz de ir más allá de un autobiografismo en ocasiones enervante, resultado de una patente falta de imaginación narrativa, como si existiese en Lerner una imposibilidad para afrontar obras de mayor calado compositivo y Saliendo de la estación de Atocha no fuese otra cosa que una acumulación de materiales provenientes de otros proyectos literarios (como sucede a tantos narradores educados en la escuela del postmodernismo, dicho sea de paso).
Porque el parecido de Lerner con Franzen termina en unas gafas de pasta y un pelo discretamente alborotado. De los estupendos artificios novelísticos y de la potencia narrativa que el segundo expuso en Las correcciones o en Libertad, no encontraremos nada.

sábado, 11 de enero de 2014

Depravado y sutil Francisco Umbral

Abruma Francisco Umbral, con un dominio del estilo que le permite domar la lengua a su antojo, realizar giros que en otro contexto y en otro autor serían excesivos. Leyenda del César Visionario es una novela en ocasiones monótona, estática, en la que se acumulan ejercicios de barroquismo literario inútiles y descripciones que se repiten, que dotan a los ambientes y a los personajes de unas cualidades permanentes que los asfixian y no les dejan evolucionar (aunque al mismo tiempo son magistrales, recuérdense las descripciones de Franco, Ridruejo, Laín o Torrente Ballester y demás intelectuales falangistas). 
Umbral escribe cuadros de costumbres, anécdotas que se insertan en el discurso y forman un todo multiforme, que, prodigiosamente, desarrolla un retrato multisensitivo de la retaguardia de la zona franquista durante la Guerra Civil, gracias sobre todo a las cartas del soldado raso Francesillo. Se debería prestar más atención a este escritor porque es un orfebre de una lengua en la que cada vez se escribe peor.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Vacaciones en el mar



Vaya por delante que intenté leer La broma infinita, que de hecho conseguí llegar hasta la página 200 más o menos y que a ratos me entusiasmó. Pero era un verano, y entre resaca y resaca, el calor y otras cosas lo fui dejando. Así que me acerqué a Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer con algún prejuicio, temeroso de encontrarme cientos de notas a pie de página, personajes secundarios que aparecen y desaparecen y demás parafernalia post-post moderna. Por eso adquirí la edición de bolsillo que cuenta con un único reportaje, el que da título al volumen. Pero no, es un libro deliciosamente irónico, un ejercicio de periodismo interesantísimo, escrito con toda la claridad y horizontalidad de la que la prosa en inglés norteamericano es capaz. DFW consigue crear esa vuelta de tuerca, ponerse en la piel del confiado cliente de uno de estos cruceros, hacer como te que lo pasas bien, intentar seguir todos los consejos para divertirte que te pueden dar en un viaje organizado. He reído, me he avergonzado de ciertas situaciones y sobre todo he disfrutado, he vuelto a conseguir viajar con un libro, que no es poco. Un consejo: después de leer  Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer se debería leer Las correcciones de su amigo Jonathan Franzen, las similitudes son importantes.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Un día tuve la idea de hacer un blog sobre lectura de bestseller. Luego me dije: mejor que no.

Hay libros que, decididamente, no son gran cosa. Entretienen, te hacen pasar las páginas sin apenas recordar lo que se acaba de leer y después los dejas en un rincón escondido de tu biblioteca o se lo regalas a alguien para que lo lea en el metro. La verdad sobre el caso Harry Quebert es uno de ellos. Confieso que lo leí estimulado por una campaña promocional ("un cruce entre Philip Roth y Navokov", ¿de verdad?) que hablaba del Premio Goncourt para jóvenes y no sé que más de la lengua francesa. Pero es malo, es un libro que se repite, que cansa (¿no podría haber eliminado algunas páginas?) y que pretende mucho pero no alcanza a desarrollar nada. Y luego, espero que sea un recurso irónico (no creo) pero los fragmentos de la teórica obra maestra de Harry Quebert son más propios de un adolescente enamoradizo que de un escritor que, según el narrador, revolucionó la novela americana en los años sesenta. Qué paciencia.